Instruye al niño en su camino
Los
creyentes deben criar a sus hijos para el Señor. Conviene recordarlo, porque
siempre tenemos tendencia a desear que tengan éxito según las normas de la
sociedad y esto, a veces, sólo para la satisfacción de nuestro orgullo de
padres.
Nuestro profundo deseo debería ser que su potencial físico,
psíquico, afectivo e intelectual ser primeramente para Jesucristo.
Una de las principales virtudes requeridas al creyente adulto es
la obediencia al Señor. La práctica de esa virtud se facilita inculcándola a
los niños desde muy temprana edad.
La obediencia que los padres piden a sus hijos debe aproximarse a
la que el Señor pide a los padres: obediencia a su autoridad, que no es
tiránica, no desordenada, ni egoísta, sino benévola y sabia. Irá acompañada de
explicaciones, conforme a la edad de los niños.
Si preferimos no molestarnos, pasando por alto las desobediencias
de ellos, no practicamos el amor según Dios, a pesar de las apariencias.
Bien sabemos que la mejor educación no dará la vida eterna a un
hijo; pero los padres deben preparar el fuego: disponer el papel, las ramitas y
la leña seca, pidiendo en sus oraciones diarias que el Señor coloque allí la
llama de la fe.
"Y vosotros, padres, no
provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación
del Señor" (Efesios 6:4).
"Oye, hijo mío, la
instrucción de tu padre y no menosprecies la dirección de tu madre"
(Proverbios 1:8).
Que nuestro buen Señor nos de las fuerzas que necesitamos para
crecer en su sabiduría, conduciendo a nuestros hijos a sus pies.
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